Una flor del color del jade

Pocas plantas son capaces de producir flores de un color tan caprichoso: la tonalidad turquesa de los mares tropicales de su Filipinas natal, en larguísimos racimos. Y todo para seducir a un murciélago ávido de dulce néctar.

De color turquesa y forma de doble pico, las flores de Strongloden macrobotrys se agrupan en largos racimos. Surgen a comienzos de la primavera. / Magisjaponica

El nombre botánico de esta trepadora es tan raro como el excepcional color turquesa de las flores y tan largo como los racimos (seudoracimos, en realidad) en los que se agrupan: Strongloden macrobotrys.

Al empezar la primavera, la parra de jade exhibe una espectacular cortina de flores que cuelgan de un dosel de hojas.
En su hábitat originario de la jungla filipina, las flores de tayabak, como llaman allí a la parra o enredadera de jade, miden cerca de siete centímetros de largo y las inflorescencias, formadas por decenas de ellas, más de dos metros. El follaje es verde claro y forma un dosel que puede extenderse 20 metros al sol o en semisombra. Hay quien asegura que es la trepadora más bella del mundo.

Desde luego no hay muchas plantas que produzcan flores con esos matices aguamarina tan extraordinarios, a los que se suman detalles —botones florales, cálices y pedúnculos— de color índigo. Pero, además, su curiosa forma de doble pico o garra es un amable detalle para con su polinizador natural: un murciélago que se cuelga para beber el néctar que le ofrece una parte de la flor al tiempo que otra parte deposita polen sobre su cabeza. Al libar en otra flor, la poliniza. Incluso existe la teoría, no confirmada, de que el color actúa como reclamo a la luz del ocaso.

La parra de jade es tal vez la pariente más bella de las Fabáceas o Leguminosas, es decir, de las nutricias judías y guisantes, pero también de otras espectaculares trepadoras: las glicinias. Como ellas, se vale de soportes para trepar, y también produce vainas, que en su caso son grandes, oblongas, carnosas y muy pesadas.


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