Cómo elegir los árboles del jardín (1ª parte)

Los árboles constituyen el centro de referencia de un jardín: su impacto visual manda en el paisaje. Al crecer, modificarán el entorno y deberán convivir en armonía con los elementos arquitectónicos y el espacio, sin invadir. Por eso su elección no puede obedecer a un impulso. Son varios los factores que deben tenerse en cuenta para no equivocarse.

El extraordinario espectáculo de los arces en otoño, en un arborétum. Abajo, una Catalpa bignonioides en flor en pleno mayo; este árbol de sombra vive bien en los jardines urbanos.

Es imprescindible conocer la talla que alcanzará un árbol y su velocidad de crecimiento para saber si dispondrá de espacio suficiente para desarrollarse bien: este es el punto de partida al elegir un árbol para el jardín”, señala Juan Antonio Casla, arquitecto paisajista de Casla Jardinería y Paisajismo, de Madrid. “Sobre todo en la actualidad, que los jardines son cada vez más pequeños”.

Los árboles no solo cumplen una función ornamental. También son reguladores climáticos: un árbol de sombra puede reducir la temperatura estival bajo su copa hasta 10º. Sirven, además, para aislar la casa, poteger del viento y crear sombra.
Parece obvio, pero uno de los errores más frecuentes a la hora de elegir un árbol es no tener en cuenta que “los árboles tienen la manía de crecer”, ironiza Rafael Salmerón, director del centro de jardinería Los Peñotes; “lentamente en algunos casos, pero crecen”. Y es que muchas veces, la compra de árboles suele ser impulsiva: se eligen por cómo se ven en esa época concreta en el centro de jardinería. “Que las mimosas están en flor, compran mimosas; que los arces tienen un color otoñal espectacular, se venden arces. La compra de las plantas de flor puede ser impulsiva porque es para una estación, incluso la de los arbustos, que se pueden cambiar cada cierto tiempo; pero no la de los árboles”, aconseja Salmerón.

La planificación a largo plazo es un imperativo: pasados 20, 30 o 40 años, el árbol seguirá plantado, y si plantea problemas habrá que arrancarlo. Se puede mirar desde el punto de vista ecológico, pero también desde el práctico. “Un árbol mal seleccionado puede crear un montón de problemas y si hay que retirarlo nos encontraremos con una buena factura, tanto por apear la madera como por destoconarlo. De otra manera no se podría volver a plantar en ese sitio”, afirma el experto de Los Peñotes.

Clima, lugar geográfico, tipo de suelo

Pero hay más factores que contemplar. La zona climática es determinante, con sus temperaturas medias estivales e invernales, precipitaciones y disponibilidad de agua, humedad o sequedad ambiental. También el lugar geográfico —la proximidad al mar, la exposición a fuertes vientos, la altitud— influirá en el desarrollo de los árboles: no es igual un jardín en la sierra de Alicante que en un pueblo de la costa, o en plenos Picos de Europa que en el litoral asturiano.

Otro factor a considerar es el tipo de suelo: hay árboles que prefieren los sustratos ácidos, como la mayoría de los arces, el roble y el castaño comunes, el aliso, el liquidámbar y el tulípero de Virginia, por ejemplo, y otros que viven mejor en los calcáreos, como el castaño de Indias, la encina, la higuera, el carpe, el granado, el árbol del amor (Cercis siliquastrum), el limonero y el naranjo amargo.

Árboles bien adaptados

Sin embargo, muchos árboles son verdaderos todoterrenos. “No es casualidad que tanta gente se haya inclinado por poner un olivo en su jardín”, apunta Juan Antonio Casla; “se adapta correctamente a todas las climatologías de España, tiene un alto valor estético y no deja de tener cierta simbología”. Y además es uno de los pocos trasplantables. “Entre los clásicos que funcionan en casi todas las partes están el Platanus x hispanica, Gleditsia triacanthos, Robinia pseudoacacia, Acer negundo…”, recomienda Rafael Salmerón.

Es de sentido común elegir ejemplares autóctonos o bien adaptados, capaces de crecer con facilidad en la zona donde vivimos. Los buenos resultados con ellos están garantizados. Con fijarse en el entorno se podrán identificar los que nos gusten para el jardín.

Un aspecto importante que no hay que perder de vista es que el árbol es un elemento de gran utilidad en el jardín, no un mero adorno. “Los árboles son reguladores climáticos”, destaca Rafael Salmerón. Un árbol de sombra puede reducir la temperatura estival bajo su copa hasta 10º. Sirven, además, para aislar la casa, poteger del viento, crear sombra y controlar el paso de la luz. En ese sentido, ayudan a ahorrar energía y dinero: un árbol de sombra puede reducir el gasto de electricidad por calefacción y refrigeración hasta un 25%. Eso sí, siempre que su elección y ubicación dentro del jardín sean acertadas. En función de su edad y su tamaño, un árbol incluso acrecienta el valor de una propiedad.

¿Un árbol para qué?

El siguiente paso es, pues, preguntarse para qué se quiere el árbol. ¿Que sea decorativo y práctico, de flores y sombra, que crezca deprisa y no invada? “No existe el árbol diez”, advierte el director de Los Peñotes. Los que florecen en primavera, como los frutales, no destacan por su porte ni son buenos ejemplares de sombra, y tampoco sirven para aislar. Los árboles de sombra, en cambio, no destacan por su floración pero aportan color en otoño y garantizan la entrada de sol y luz a la vivienda en invierno.

Según Juan Antonio Casla, “hoy en día se está abandonando el uso de las caducifolias porque dan más trabajo con la caída de la hoja. Y es una pena, porque hay mucha más variedad y dan mucho colorido al jardín”.

Si se busca intimidad o una barrera para el viento, lo mejor es elegir árboles de hoja perenne. Además, garantizan el color durante todo el invierno ya que las hojas persisten.

Respecto a su emplazamiento en el jardín, un árbol puede servir para enmarcar y delimitar áreas o elementos arquitectónicos. Puede ocultar las zonas menos lucidas, o realzar la entrada de la casa, un camino, un rincón. “En los jardines, los árboles son el fondo de armario, la estructura básica que define el espacio; cuanto más grande el jardín más peso tendrán. El resto es importante, pero el peso es menor”, señala Salmerón.

El espacio manda

Llegados a este punto, entra en juego uno de mayores condicionantes en la elección del árbol: el tamaño del jardín. Los jardines grandes o medianos ofrecen una gran libertad, pero en los pequeños es la clave para acertar. ¿Es mejor elegir un buen ejemplar y complementar con otro tipo de plantas, o combinar árboles de porte pequeño? “Si un jardín es pequeño (de 30 a 50 metros cuadrados) y se planta un árbol de gran desarrollo puede que al final solo quede espacio para él”, observa Rafael Salmerón. “Ante la duda: jardín pequeño, árbol pequeño”, añade el experto. “Podemos disfrutar desde el principio de un árbol muy desarrollado y con una forma buena”, concluye Juan Antonio Casla; “los precios de estos ejemplares han bajado mucho en los últimos años. Es mejor tener poco y bueno: los jardines pequeños no dan para tener demasiada variedad”.

Ver 2ª parte.

La belleza está en el tronco,

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