La belleza está en el tronco

Perdido el follaje en el otoño, los troncos de muchos árboles y arbustos se llevan todas las miradas por su textura y cromatismo. La piel desnuda de ciruelos, abedules, arces, plátanos, de los cornejos rojos y amarillos, pero también de los perennifolios, revitalizan el atractivo del jardín en invierno.

Prunus serrula, Ciprés calvo (Taxodium distichum), Platanus x hispanica y Acer griseum, arriba. Eucalyptus deglupta, palo borracho (Chorisia speciosa), el viejo tronco de un tejo (Taxus baccata) y Prunus cerasifera atropurpurea, abajo.

La corteza es el escudo protector que defiende a las plantas leñosas —árboles y arbustos— de las inclemencias del tiempo, el ataque de plagas y enfermedades y los daños físicos que provocan tanto sus predadores naturales como la actividad humana. Pero, como con la piel de los animales, la Naturaleza se ha esmerado en multiplicar las texturas y tonos en infinitas variantes: desde el uniforme de camuflaje de los plátanos de sombra a la suntuosidad sedosa de los troncos de los Prunus serrula; desde las varas encendidas de los cornejos y algunos sauces al terso blanco de los abedules que se exfolia en finas láminas.

La Naturaleza se ha esmerado en multiplicar las texturas y tonos de las cortezas en infinitas variantes: del uniforme de camuflaje de los plátanos de sombra a las milhojas blancas de las de los abedules y el suntuoso rojo de seda de los Prunus serrula.
Pero hay mucho más: cortezas de color canela, plateadas, decapadas, rugosas, estriadas… y además en ejemplares de los más diversos tamaños. Los troncos pueden convertirse en el foco de interés del jardín cuando las flores son escasas y el follaje ha desaparecido; en muchos casos solo se trata de cambiar la mirada.

Las cortezas estriadas

Las cortezas más comunes son las estriadas, llenas de grietas, surcos y crestas. Es el tipo de corteza de los robles (Quercus robur), castaños (Castanea sativa), ailantos (Ailanthus altissima), ginkgos (Ginkgo biloba), liquidambar (Liquidambar styraciflua), sauce blanco (Salix alba), entre tantos otros. Es la corteza de los olivos (Olea europaea) y alcornoques (Quercus suber), perennifolios de origen mediterráneo que ya de por sí tienen en sus esculturales troncos uno de sus más poderosos atractivos, sobre todo en los ejemplares más viejos. Como esculturales son los rugosos troncos torsionados de las glicinias (Wisteria sinensis).

corteza lisa,

(Celtis australis);

Hay especies de como el álamo blanco (Populus alba), blanquecina con manchas grises en las cicatrices y estrías; gris en el almez verdosa en el fresno de flor (Fraxinus ornus); plateaada en algunas variedades de Prunus cerasifera atropurpurea , y de vibrantes colores —rojo, verde— en algunos arces (ver columna de la derecha).

una formidable defensa de púas,

Este despliegue de texturas puede incluir también como en el palo borracho (Chorisia speciosa), que suma a su forma de botella, una corteza verde claro en los ejemplares jóvenes, atiborrada de gruesas espinas cónicas.

Juegos de tonos

cortezas escamosas,

Pero los juegos tonales empiezan de verdad con las un tipo que se forma por superposiciones de capas de tejido que van desprendiéndose en pequeñas placas redondeadas, lo que produce un efecto de manchas que recuerda a las telas de camuflaje. El caso más corriente en España es el de los plátanos de sombra (Platanus x hispanica y P. x hybrida), pero también lucen cortezas escamosas los eucaliptos, el ciprés de Arizona (Cupressus arizonica) y el árbol de Júpiter (Lagerstroemia indica).

En el mirto o arrayán (Myrtus communis), la vieja corteza gris se desprende descubriendo un encendido color canela, y en el Pinus bungeana, capas de tonos plateados dejan ver un fondo verde esmeralda. Una bella corteza de escamas grises y rosadas adorna a un árbol que ya de por sí suma muchas cualidades: la Parrotia persica, el árbol de hierro (10-12 metros), de bonita estructura de ramaje, hojas que se vuelven rojas en otoño y flores de color coral.

Cortezas que se exfolian

El tipo de corteza menos común —y más apreciada— es la que se exfolia liberando finas láminas de tejido en una muda que permite al tronco crecer y exhibir debajo la piel nueva, libre de musgos y líquenes. A la belleza de este tipo de cortezas contribuyen las lenticelas, protuberancias alargadas o redondeadas que le sirven al árbol para intercambiar gases (respiración y transpiración); suelen ser blancas, de color crema o amarillentas, y producen un efecto de punteado o anillado. Es característica de los abedules (ver más abajo) y de algunos ciruelos, como el ya mencionado Prunus serrula.

Entre los árboles que se despellejan en verdaderas milhojas ninguno como el arce chino gris (Acer griseum), también llamado arce de corteza de papel, que se adorna con una profusión de láminas sueltas y curvadas de tono marrón anaranjado, aunque solo cuando el ejemplar ya tiene alguos años. Por el contrario, el Polylepis australis es un pequeño árbol perennifolio (3-8 metros) capaz de exhibir sus rizos de corteza fina de color canela desde muy joven.

También es muy atractiva la corteza del Rhododendron barbatum, nativo del Himalaya, que puede alcanzar los 9 metros de altura: a sus espectaculares ramilletes de flores escarlatas y su follaje perenne verde oscuro se suma en invierno el espectáculo de sus troncos, cubiertos de suaves y lustrosas capas de color rojizo o púrpura que se desprenden poco a poco. Lo mismo que sucede con el de los madroños (Arbutus unedo), que se despelleja en tiras a lo largo de unos troncos que se curvan y retuercen de una forma sumamente ornamental.

Entre las coníferas resulta muy atractivo el juego de marrones de la corteza del pino de Elliott (Pinus elliottii) y de algunos ejemplares muy viejos de tejos (Taxus baccata). Pero cuando se trata de coníferas caducifolias, el ciprés calvo o de los pantanos (Taxodium distichum), pero sobre todo la Metasequoia glyptostroboides, un gran árbol (40-45 metros), se llevan la palma con sus esculturales troncos estriados que se exfolian en jirones de un precioso color rojizo.

ABEDULES: CAPAS DE FINA PIEL

Los abedules son árboles muy apreciados en jardinería por sus múltiples cualidades: la blancura y elegancia de sus troncos es una de ellas. En general lucen una copa ligera, pero pueden alcanzar una buena altura y no resisten bien la poda, de modo que necesitan un jardín con espacio suficiente. Son árboles que soportan grandes fríos, pero no toleran largos períodos de sequía y precisan agua de forma regular. Se pueden cultivar en grandes tiestos.

• Betula alba (Abedul blanco)

Muy decorativo por su corteza blanca que se desprende en finas capas, el abedul blanco se adorna de una copa irregular con efecto llorón y un follaje que se vuelve amarillo en otoño. Ver ficha.

• Betula utilis var.

jacquemontii

Más blanca aún es la piel de esta variedad del abedul del Himalaya. Para lograr una mayor ramificación —lo que multiplica el impacto—, los ejemplares jóvenes deben someterse a una primera y única poda drástica. Existen numerosos cultivares: ‘Doorenbos’, ‘Silver Shadow’, ‘Jermyns’.

• Betula ermanii (Abedul de Erman)

Betula albosinensis var. septentrionalis,

Más sutil es el decapado que ofrece el tronco y las ramas principales del abedul de Erman, que deja ver una piel nueva de color anaranjado. Unos tonos parecidos, incluso más subidos, ofrece el que se envuelve en grandes capas de corteza.

• Betula nigra (Abedul negro o de río)

El abedul negro o de río, el más oscuro de todos, juega con los rosados y cremas, en abundantes capas que se curvan al desprenderse.

• Los árboles del jardín, importante elección,


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