‘Betta splendens’: el Luchador de Siam

Toda una estrella del acuario por su exuberantes aletas y colores y su carácter guerrero, el Betta splendens es un pez muy peculiar, tanto que inspiró una película: Rumble fish, titulada en España  La ley de la calle, de Francis Ford Coppola.

El Luchador de Siam toma el oxígeno directamente del aire gracias a un órgano bucal llamado laberinto. Este pez muestra su combatividad innata incluso ante su propia imagen en un espejo (abajo).

Dentro de ese pequeño ejemplar de vivo color, tocado con un espectáculo de aletas de aspecto delicado, late sin embargo la agresividad de un gladiador. Sin duda es la característica que ha hecho famoso al macho de la especie Betta splendens. Fieramente territorial, en presencia de otro varón la lucha es inevitable y cruenta, en algunos casos hasta la muerte. Sobre todo durante los años setenta fue objeto de numerosos estudios por etólogos y biólogos, fascinados por la rapidez con que se dispara su chip violento.

Rojos, cobrizos, amarillos, azules, verdes, blancos, púrpuras... la paleta de estos aguerridos peces es magnífica, y sus aletas, un despliegue de velos de aspecto sedoso acabados en flecos.

El Betta procede de la cuenca del Mekong, en el Sudeste asiático. Es pez de aguas poco profundas, estancadas o con muy ligera corriente, como los arrozales que abundan en la región. En libertad, sus tonos son más apagados, pero la cría en cautividad y los cruces han ampliado la gama y la vivacidad de sus colores: rojos, amarillos, cobrizos, verdes, azules, blancos, púrpuras, chocolate… La misma selección genética ha desarrollado el tamaño de sus aletas y la variedad de diseños: en abanico, vela, media luna, con aspecto sedoso y decoración de flecos. Un espectáculo en movimiento.

La hembra es menos agraciada, de colores más apagados y menor tamaño, unos cinco centímetros de longitud frente a los seis del macho. Se diría que ella trata de pasar desapercibida teniendo en cuenta el repente de su congénere, también muy agresivo durante el ritual de reproducción.

Fácil de cuidar

El Betta no es exigente con sus cuidados y puede habituarse sin dificultad a pequeñas peceras individuales, de tipo jarrón. Pero agradecerá un acuario de entre 20 y 40 litros, con un fino manto de grava y decoración sin aristas que puedan dañar sus aletas o sus escamas.

Las plantas de metabolismo rápido mejoran la calidad del hábitat. Este elemento natural y la renovación del agua por mitad cada semana hacen innecesario el filtro en el acuario. No es imprescindible oxigenar gracias a otra de las singularidades anatómicas de este pez: un órgano bucal, llamado laberinto, con el que toma oxígeno directamente del aire, como ocurre en su hábitat salvaje. No deben añadirse compuestos nitrogenados al agua.

La temperatura requiere un control cuidadoso. A 26-28 grados vive a sus anchas, pero una variación de esos niveles puede enfermarlo con facilidad y reducir su esperanza de vida, que es de unos dos años en condiciones óptimas.

Otro factor básico de su buena salud es la alimentación: el Betta es omnívoro pero prefiere el alimento vivo, sobre todo larvas de mosquito o de otros insectos; su comportamiento con esta dieta es más animado y su aspecto, más lustroso. El mismo efecto benéfico se consigue con complementos alimenticios como la artemia y los infusorios.

El Betta y sus compañías

Dado ese carácter tan combativo, hay que cuidar mucho la compañía, especialmente si se trata de machos territoriales. No dudará en enfrentarse a ejemplares de mayor tamaño aunque sus posibilidades de salir bien parado sean nulas. Los borrachitos y los neones, por ejemplo, conviven con el Luchador en buena sintonía. Antes de incorporar un Betta en el acuario es prudente averiguar en el centro de jardinería la compatibilidad de las especies.

El ritual de apareamiento

La reproducción de los Betta debe ser asistida. Se trata de un pez bastante activo si su entorno es propicio, pero su comportamiento en la parada nupcial pasa de la vitalidad al maltrato. Con un panel de vidrio hay que separar al macho de las hembras; también se pueden usar simples vasos como barrera. El pez las ronda hasta mostrarse interesado por una de ellas; comienza entonces a fabricar un nido de burbujas en la superficie y segrega una baba para mantenerlas unidas.

Cuando está listo, se debe dejar libre a la hembra elegida; generalmente no habrá peligro de que la ataque, pero hay que estar atento por si acaso. El macho la abraza fuerte con sus aletas formando los dos cuerpos una especie de madeja. Poco después la hembra comienza a desovar (entre 200 y 300 huevos al cabo de dos horas) mientras el macho fertiliza la puesta. Una vez finalizada, hay que apartarla rápidamente porque el macho pasará del amor al odio. Los alevines nacen aproximadamente al segundo día. Durante tres o cuatro jornadas más su padre se muestra protector, pero a partir de ese plazo los ataca para zampárselos.


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