Tulipanes: la primavera empieza en Keukenhof
No hay un lugar en el mundo donde la primavera ofrezca un espectáculo semejante: una explosión de colores dispuesta en geometrías, una perfecta coreografía de flores. El carácter efímero de su belleza apremia: la floración simultánea de unos siete millones de bulbos apenas dura unas semanas. Es Keukenhof, en Holanda, el jardín de Europa. El 22 de marzo empieza el espectáculo.
El gran espectáculo de Keukenhof son los parterres de distintas bulbosas de primavera. En la foto, tulipanes, jacintos, fritillarias, narcisos... Abajo, el tulipán Semper Augustus, que ostenta un récord histórico de venta.Asoma la primavera y Keukenhof tiene todo preparado para subir el telón y arrasar, como cada temporada, con su espectáculo. Se ha trabajado muy duro en sus jardines durante todo el año para ofrecer una función difícil de superar: la materialización de la primavera, que estalla en mil colores ante los ojos en la tal vez mayor concentración de flores del mundo. Y los organizadores, como cada año, cruzan los dedos, porque saben que los bulbos —protagonistas absolutos del jardín— tienen muy claras sus preferencias a la hora de crecer y florecer: si el arranque de la primavera es frío, las flores se resistirán a abrirse.
El resto del año el trabajo se reparte entre las tareas de mantenimiento, rediseño y plantación de unos siete millones de bulbos en las 32 hectáreas del parque, situado en el corazón de la bol-lenstreek, entre las ciudades de Leiden y Haarlem, la franja de cultivo intensivo de tulipanes, a unos 40 kilómetros al sur de Ámsterdam.
Y es que cada temporada el jardín se reinventa para presentar un aspecto diferente. Cada año, cuando cierra sus puertas, los especialistas comienzan a diseñar sus perfiles, a dibujar nuevos parterres y macizos de flores, a imaginar combinaciones buscando siempre la armonía, pero también la sorpresa. Los bulbos son cuidadosamente plantados en pleno invierno y, desafiando las bajas temperaturas, empiezan a crecer y a formar sus flores.
El suelo arenoso holandés ganado al mar ha resultado ser idóneo para los bulbos. Por algo Holanda es líder mundial en la exportación del tulipán, y ha dedicado vastas extensiones de tierra a dejarlos crecer hasta convertirse en símbolo del país y uno de los motores de su economía.
El ‘Jardín de la Cocina’
Keukenhof nació en 1949 como muestrario comercial: un grupo de horticultores consiguió la cesión de los terrenos que habían pertenecido a la duquesa Jacoba de Baviera en la primera mitad del siglo XV. La aristócrata lo utilizaba para descansar, cazar y recoger plantas que luego se usaban para cocinar en el castillo. De ahí su nombre: literalmente Jardín de la Cocina.
Y así, lo que empezó como un modesto pero orgulloso escaparate comercial se ha convertido en uno de los rincones más espectaculares de Europa y en el reclamo turístico más importante del país, con más de 800.000 visitas anuales. Fuentes, lagos y esculturas se suceden a lo largo de los 15 kilómetros de caminos y paseos de una perfección formal que roza lo irreal, salpicados de extensiones de césped inmaculado y árboles centenarios. No faltan un hermoso canal y un molino que se impone en el perfil del paisaje como santo y seña de identidad del lugar.
Una parte se dedica a los llamados Jardines de inspiración, creados para que los visitantes tomen ideas para su propio jardín, una necesidad irresistible cuando se visita Keukenhof. Allí se puede encontrar todo lo que se necesita, desde material documental sobre la plantación y cuidado de las especies, hasta bulbos y semillas, herramientas, libros, abonos, recipientes…
En busca del aroma perdido
Pero los protagonistas absolutos son los bulbos de floración primaveral, plantados en masas, formando auténticos ríos de flores: narcisos (Narcissus), jacintos (Hyacinthus), muscaris (Muscari), fritilarias (Fritillaria), anémonas (Anemone)… Y, por supuesto, tulipanes: hay cerca de 5.000 variedades de hasta cien colores diferentes, algunos singulares: cadmio, naranja, violeta, blanco, rojo sangre, amarillo, magenta, variegados.
Los tulipanes ‘Rembrandt’ se exhiben a centenares, con sus llamativas flores variegadas, fruto de la inoculación de un virus que ha creado hermosísimos efectos de coloración (ver columna de la derecha). También los ‘Darwin’, una de las variedades más grandes y vistosas; los ‘Mosella’, de flor doble, y los ‘Papagayo’, con los bordes de los pétalos encrespados. Los cultivadores no paran de investigar. En la actualidad, buscan, sobre todo, devolver al tulipán el olor que tuvo antaño, perdido precisamente por las hibridaciones.
Historia de un flechazo
Y es que la historia del tulipán empieza lejos de Holanda. Sus orígenes hay que buscarlos en Asia Menor. Cuentan que hace 1.000 años ya crecía silvestre en Anatolia y que fueron los turcos quienes lo domesticaron y empezaron a llenar los jardines de Estambul con su belleza. Allí tenía connotaciones sagradas y adornaba los trajes de los sultanes. Su llegada a Europa fue fruto de un flechazo: el embajador austriaco en Turquía, Ogier Ghislain de Busbecq, horticultor entusiasta, llevó consigo varios bulbos a los Jardines Imperiales de Viena en 1544. Allí trabajaba el botánico Carolus Clusius, que se trasladó en 1593 a Holanda como profesor de botánica de la Universidad de Leiden llevando una colección de bulbos como si de un tesoro se tratara. Y desde entonces...