Un refrescante jardín blanco (1ª parte)

Para crear efectos de luz (y frescor) en el verde, nada mejor que flores blancas. La combinación no puede ser más elegante y sencilla. En todas las zonas climáticas son numerosísimas las especies de floración de ese color que se pueden escoger.

Plantaciones de flores blancas entre ‘bloques’ de boj y tejo en el jardín que Cristopher Bradley-Hole creó en 2013 para el Chelsea Flower Show.

En el escenario del jardín, el verde persiste y las floraciones se suceden a lo largo del año aportando masas o destellos puntuales de color. Saber mezclar los distintos tonos, conocer al dedillo la época en que surgirán las flores y su duración en las plantas para saber cuándo coinciden unas con otras, exige conocimientos jardineros. Caso contrario, el jardín o la terraza pueden convertirse en un confuso muestrario de colores que luchan entre sí. En espacios pequeños, el efecto aun puede ser más acusado. Por ello, una elección que nunca falla son las plantas de flor blanca. El resultado no puede ser más elegante y sencillo.

Una elección que nunca falla son las plantas de flor blanca. El blanco y el verde no solo se llevan de maravilla, sino que se equilibran aportando contrastes de luz y sombra (los follajes oscuros), sosiego y relax.
El blanco y el verde no solo se llevan de maravilla, sino que se equilibran aportando contrastes de luz y sombra (los follajes oscuros), sosiego y relax. Las flores blancas, especialmente en los días más calientes del año, proporcionan al jardín una grata sensación de frescor, y captan las últimas luces del día y los reflejos de la luna durante la noche.

Hay especies de flor blanca para todos los climas, desde árboles, arbustos y trepadoras, a vivaces, plantas de flor de temporada, bulbosas, incluso gramíneas, hoy tan de moda. Cómo utilizarlas dependerá del espacio, del proyecto y del gusto personal. Las opciones son innumerables.

En jardines contemporáneos

El más famoso jardín blanco es el que creó a fi nales de los años treinta del siglo XX la escritora Vita Sackville-West en Sissinghurst, al sur de Inglaterra ( ver reportaje ). Pero la fórmula no pierde vigencia. Cada año, en la gran cita jardinera del Chelsea Flower Show, en Londres, algún paisajista basa sus plantaciones en este canon infalible. En la edición del pasado mayo, el jardín de Christopher Bradley-Hole para The Telegraph, una representación abstracta del paisaje inglés desde su admiración por la jardinería zen, jugaba con los diferentes tonos de verde del boj y el tejo recortados en cubos o rectángulos desiguales en altura, entre los que se desplegaban plantaciones de flor blanca con algún que otro destello azul o borravino. Todo ello entre los esculturales troncos desnudos de los avellanos (Corylus avellana) y enmarcado por una columnata de roble natural a modo de claustro.

Entre las plantas de flor utilizadas, varias de umbelas sutiles como pequeñas cofias de encaje: Orlaya grandiflora, Cenolophium denudatum, Anthriscus sylvestris, el perifollo verde, y Myrrhis odorata, mirra o perifollo de olor, todas ellas dotadas de un plumoso follaje de hojas muy divididas. Estas especies proporcionaban una sensación de plantación espontánea de pradera entremezcladas con masas de hierbas: Melica altissima ‘Alba’, de finas varas florales con panículas de minúsculas flores blancas entre el verde pálido del follaje; Luzula nivea, la llamada nieve de los bosques por sus pequeñas y brillantes florecillas blancas agrupadas en densos ramilletes contra su oscuro follaje, y dos gramíneas: Sesleria autumnalis, de follaje verde y plumas plateadas, y Deschampsia cespitosa, que produce inflorescencias de un precioso efecto evanescente.

En el jardín tampoco faltaban las peonías: la fragante Paeonia lactiflora ‘Krinkled White’, con pétalos arrugados de un blanco inmaculado en torno a un centro amarillo; la Paeonia emodi, también de flores blancas, y el destello rojo oscuro de la ‘Buckeye Belle’. Una Amsonia tabernaemontana var. salicifoli a ponía un toque azul pálido con sus pequeñas flores en forma de estrella.

Aciertos y errores

El jardín de Christopher Bradley-Hole bien vale para ilustrar el buen uso de las plantas de flor blanca en un jardín:

El blanco produce un efecto apaciguador y refrescante,

• pero ¡cuidado con la monotonía! El paisajista la evitó jugando con las formas y texturas de las plantas —hojas lacias, redondeadas, muy divididas— y flores —umbelas, espigas, pequeñas estrellas, peonías—, y situándolas contra un fondo plano de topiarios de especies que ofrecen distintos matices de verde. Es más, aportó alguna que otra nota de color burdeos para romper la uniformidad y crear sensación de profundidad.

El blanco ilumina el jardín, pero cuidado con producir masas cegadoras.

• Para evitarlo es preferible elegir plantas de texturas muy definidas, con floraciones sutiles, o de follaje plateado o gris, que contrarresten la intensidad del blanco (ver Jardines plateados en en la hemeroteca online).

El blanco de las flores blancas no es siempre puro.

• Existen matices crema, amarillos, rosados, verdosos, azulados... También hay que tenerlo en cuenta a la hora de mezclarlas. La suma de una segunda tonalidad confiere dimensión al espacio verde. Para acentuar el toque de frescor, nada como las tonalidades claras del azul y el violeta, como la Perovskia atriplicifolia ‘Blue Spire’, de bella floración en forma de agujas azules, que parece difuminarse en la distancia.

Ver 2ª parte.

Jardines cromáticos: las flores por colores,

Sissinghurst Castle Garden, la esencia del jardín inglés,

Entrevista con Íñigo Segurola,

Espíreas, nieve de primavera,

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