“Las praderas de flor son posibles en nuestro entorno”

Hace dos primaveras, los terrenos baldíos del parque periurbano Felipe VI, en el norte de Madrid, sorprendían a los vecinos de Valdebebas con una espléndida floración naturalista que se prolongó hasta el verano. El autor de ese inesperado espectáculo natural, el paisajista e ingeniero de Montes Miguel García Ovejero, relata en este artículo para Rosalandia cómo lo hizo realidad.

Las praderas de anuales se extienden frente a las viviendas con su pictórica mezcla de colores: el azul y el rosa de las Centaurea cyanus, el amarillo de la amapola de California, el púrpura de la espuela de caballero... Fotos: Miguel García y Sue France.

Nunca imaginé que las malas hierbas podrían ser hermosas. Y mucho menos que, combinadas con esmero, podrían llegar a ser espectaculares. Tras un lustro trabajando como ingeniero de Montes y consultor ambiental me escapé a la ciudad inglesa de Sheffield para cumplir un deseo que albergaba desde mis años universitarios: especializarme como paisajista en una escuela de tradición.

Por aquel entonces, los profesores universitarios James Hitchmough y Nigel Dunnet habían revolucionado el paisaje del Parque Olímpico de Londres 2012 con sus praderas en flor, que estaban en boca de todo el mundo. He de reconocer que yo no tenía idea de la existencia de estas praderas impresionistas que aunaban plantas de todo el planeta en una floración prolongada y armoniosa. Albergaban tal combinación de ciencia, sensibilidad y pasión que en seguida me enamoré de ellas. El amor se tornó en obsesión y, supongo que como tantos otros, empecé a preguntarme por qué no había visto nada similar en nuestras latitudes.

“Mi anhelo es que algún día estas praderas floridas dejen de ser solamente un experimento y se incorporen como un elemento cotidiano a nuestro paisaje urbano”.

“Mi anhelo es que algún día estas praderas floridas dejen de ser solamente un experimento y se incorporen como un elemento cotidiano a nuestro paisaje urbano”.

“Mi anhelo es que algún día estas praderas floridas dejen de ser solamente un experimento y se incorporen como un elemento cotidiano a nuestro paisaje urbano”.

“Mi anhelo es que algún día estas praderas floridas dejen de ser solamente un experimento y se incorporen como un elemento cotidiano a nuestro paisaje urbano”.

¿Podrían tener cabida en nuestro querido y sufrido clima mediterráneo? En busca de una respuesta, fui voluntario en la empresa Pictorial Meadows; desarrollé una tesina sobre la percepción cultural en España de las plantaciones naturalistas, y finalmente me volví a Madrid con un puñado de semillas en el bolsillo.

Arranqué el experimento con una primera siembra en el huerto de un amigo y lo que empezó casi como un juego evolucionó rápidamente hacia pruebas más sistemáticas dirigidas por el paisajista Christos Papachristou, por entonces miembro de Pictorial Meadows. Poco después, gracias a la apuesta conjunta de esta empresa y el Ayuntamiento de Madrid, pusimos en marcha un primer ensayo en condiciones reales en el Parque de Felipe VI, en Valdebebas, una nueva zona forestal en el norte de la capital construida sobre antiguas zonas de cultivo y escombreras.

Praderas de anuales y vivaces

Se trabajó con dos tipos de praderas: una integrada por especies anuales y otra por especies vivaces. La primera ofrece un espectáculo visual en pocas semanas y funciona bien sin muchos recursos, pero debe ser resembrada periódicamente.

La segunda requiere mayor dedicación y, aunque no alcanza su apogeo hasta el tercer año, una vez establecida florece durante más tiempo y dura muchos años sin necesidad de resiembra.

Para esta prueba piloto de Valdebebas era importante lograr una buena floración en la primavera inmediata cuando el parque iba a ser inaugurado. Por ello optamos por una siembra con mezclas puras de anuales en una parcela de mil metros cuadrados en la parte más alta y expuesta del parque. También sembramos algún rincón con vivaces para observar su germinación y desarrollo.

En ese mismo otoño, ampliamos los ensayos a dos mil metros cuadrados y utilizamos mezclas mejoradas en cinco parcelas con diferentes exposiciones, sustratos y riegos. En total, trabajamos con más de 100 especies distintas, muchas de ellas consideradas como malas hierbas en todos los manuales de agricultura.

Unos cuantos desafíos

Las condiciones de trabajo no han sido fáciles ya que, además de al clima, nos enfrentábamos a suelos degradados, a una importante población de conejos y mascotas sueltas que machacan las siembras, y a algún que otro vecino entusiasta recolectando flores sin moderación. A pesar de ello, y gracias a la implicación de la dirección y de los gestores del parque, los logros están siendo esperanzadores. Con las mezclas de anuales hemos conseguido una secuencia de floración de entre dos y cuatro meses según exposición y riego.

Las praderas de vivaces, por su parte, han mostrado una buena germinación y supervivencia para varias mezclas, aunque aún queda un tiempo para poder valorar su comportamiento a largo plazo.

Durante esta fase de implantación ha sido crucial tener un control adecuado de plantas no deseadas para evitar que las especies sembradas sean eliminadas por ellas. Y es que aunque algunas se integran bien en las praderas, en general compiten ferozmente por los recursos y dan a la pradera un aspecto descuidado. Con la experiencia piloto de Valdebebas hemos aprendido, precisamente, a mimar el aspecto general y ofrecer pistas que indiquen al visitante que las praderas son intencionadas —no espontáneas—, para que así pueda contextualizar y valorar su apariencia desordenada.

De hecho, cuando en el parque comenzó el espectáculo floral pudimos ver a niños y mayores detenerse frente a las praderas, sonreír hipnotizados, agacharse, hacer una foto e incluso escamotear alguna una flor para mamá, pero todos ellos se preguntaban cómo había llegado eso ahí. Mantener los bordes perfilados, eliminar ciertas plantas o colocar carteles informativos fueron algunas de esas pistas.

Lo cierto es que se trata de una línea de investigación apasionante y, afortunadamente, en Valdebebas seguimos trabajando en ella con una tercera campaña de siembras porque estas praderas son una alternativa ideal para aumentar la biodiversidad, ofrecer nuevos recursos a los polinizadores y fomentar el vínculo emocional del ciudadano con la naturaleza. Además, hacerlo a partir de semillas es relativamente fácil y asequible. Mi anhelo es que algún día estas praderas floridas dejen de ser solamente un experimento y se incorporen como un elemento cotidiano a nuestro paisaje urbano.

PRADERAS PICTÓRICAS DE INSPIRACIÓN NATURAL

Cada día más, se busca la manera de incrementar la biodiversidad y de devolver a los ciudadanos parte de la naturaleza perdida tras siglos de agricultura intensiva y desarrollo urbano. El problema es que esta biodiversidad no tiene por qué gustar a todo el mundo y en las metrópolis puede llegar a percibirse como sinónimo de algo caótico, descuidado e incómodo. Si queremos que tenga una buena acogida en la cultura urbana, la biodiversidad tiene que ser diseñada. Pero, ¿cómo hacer que un paisaje salvaje sea atractivo?

Los estudios apuntan al color como aspecto clave: el incómodo desorden de lo silvestre en las ciudades, puede ser aceptado si existe una floración lo suficientemente hermosa durante un periodo lo suficientemente largo. Las praderas parecen una buena opción para aunar diversidad y belleza. Sin embargo, en la naturaleza sus floraciones apenas duran dos semanas y poco después dejan de ser atractivas. ¿Qué hacer entonces?

Durante más de 20 años, los investigadores de la Universidad de Sheffield y su empresa asociada Pictorial Meadows han recorrido el planeta para observar diferentes comunidades herbáceas, han estudiado la germinación de sus semillas y evaluado los procesos ecológicos de supervivencia y competitividad. Esto les ha permitido diseñar mezclas de semillas inspiradas en el mundo natural, pero compuestas por un gran número de especies autóctonas y exóticas —evitando las invasoras—, que permiten lograr praderas capaces de prosperar sobre suelos fértiles y proporcionar floraciones espectaculares, prolongadas y armoniosas.

Asimismo, han adaptado técnicas tradicionales del entorno rural —como siegas o quemas controladas— que, bien aplicadas, permiten perpetuar la pradera de forma sencilla y sin necesidad de mano de obra especializada ni de grandes inversiones. La prioridad es la supervivencia de la comunidad herbácea por encima de cualquier especie en particular. Un nuevo paradigma que se adapta mejor a los cambios ambientales y reduce los costes de mantenimiento. El trabajo realizado en Valdebebas no es sino un esfuerzo por trasladar al mundo mediterráneo todos estos principios y técnicas desarrollados en Sheffield.

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