Plantas que mueren bellamente
Bajo la escarcha y la débil luz del sol invernal muchas plantas son capaces de llenar de melancólica belleza los jardines. Las plumas plateadas de las ondulantes gramíneas, las cabezas llenas de semillas erguidas hacia el cielo, las corolas de algunas flores, ya apagados los colores del verano, ofecen un singular atractivo. Una bella forma de morir que mantiene el interés del jardín.
El jardín vallado de Scampston, en el Reino Unido, creado por el paisajista Piet Oudolf, refleja la luz del otoño y el invierno en las gramíneas secas.A veces basta con cambiar la mirada para apreciar belleza donde antes solo se veía naturaleza muerta. Si nos gustan las flores secas y los trigales dorados, por qué no habríamos de encontrar atractivo un jardín con (ciertas) vivaces y gramíneas agostadas. Hay mucho encanto en las hojas secas de las caducifolias y en algunos troncos desnudos, pero también pueden resultar muy atractivas las corolas tostadas de los sédums y milenramas; las espigas plumosas de un Miscanthus sinensis o una cortadera, o las peculiares cabezas de semillas de cardos y rudbeckias.
Basta con esperar hasta el final del invierno a que completen su ciclo para despejar los arriates; ya habrá tiempo, a finales de febrero, de cortar la parte aérea de estas plantas para propiciar la brotada primaveral. Mientras tanto, su sugerente melancolía mantendrá el interés del jardín en la estación más difícil.
Las doradas gramíneas
El secreto está en planificar las plantaciones para que el jardín resulte atractivo todo el año, incluso en invierno. Entre las plantas de bella muerte cumplen un papel estelar las elegantes gramíneas ornamentales, ideales para dar verticalidad, textura, movimiento (incluso sonido) y cierto grado de abstracción al jardín. Sus flores en forma de espigas y penachos plumosos se mantienen mucho tiempo en las plantas. Entre ellas destacan las espectaculares cortaderas (Cortaderia selloana y sus variedades) con sus altísimos y espesos plumeros, pero también el esparto (Stipa tenuissima y Stipa gigantea), de follaje denso y fino, y suave ondulación; el Miscanthus sinensis, cuyos penachos producen la luminosa sensación de un oleaje dorado, o el efecto vaporoso de la Deschampsia cespitosa y el Panicum virgatum.
A las cualidades estéticas, las gramíneas suman varias ventajas: son, en general, especies rústicas, capaces de soportar los fríos extremos, la sequía y la contaminación atmosférica; su rendimiento —bastan unos pocos ejemplares para cubrir mucha superfi cie— y sus bajas exigencias de mantenimiento: apenas una poda al año (a finales del invierno), a ras del suelo o despejando las hojas e infl orescencias secas.
Bonitas incluso secas
Las gramíneas ornamentales mezclan a la perfección con numerosas especies de plantas de flor. Hoy, una tendencia al alza es combinarlas con vivaces (herbáceas perennes, la mayoría de las cuales renuevan su parte aérea cada año) y bianuales (se desarrollan durante un año y florecen y semillan al siguiente) que dan flor en verano y otoño pero persisten durante los meses más fríos sosteniendo en lo alto sus tallos y corolas secas o sus cabezas de semillas. Es el caso de muchos ásteres, rudbeckias, sédums, milenramas, Phlomis y cardos, cuyos colores mutan hacia las tonalidades rojizas, cobrizas, doradas y plateadas.
Entre la niebla de las mañanas de invierno o bajo la escarcha, el pálido sol arranca reflejos en estos colores apagados, creando un espectáculo mágico, en el que cobran relieve las siluetas de las plantas, su estructura y las cabezas de semillas. Un jardín así es, además, todo un granero para los pájaros y un lugar de hibernación para pequeños reptiles beneficiosos y huevos y pupas de arañas e insectos útiles para mantener el control biológico de las plagas.
La estrategia de las especies
Entre las especies cuyas inflorescencias preservan su atractivo incluso secas no hay que olvidar algunos arbustos como las hortensias: la Hydrangea paniculata, por ejemplo, de flores blancas en forma de racimos, o la propia Hydrangea macrophylla, cuyas grandes corolas conservan apenas rastros del color del verano. Mantener las hortensias sin podar hasta el final del invierno es incluso conveniente para evitar el efecto de las heladas tardías sobre los brotes nuevos. Incluso las umbelas secas y llenas de semillas de los agapantos tienen su encanto.
Otras, como la Phlomis russeliana y Phlomis viscosa, se cultivan más que por la singularidad de su floración —en forma de pompones amarillos tejidos a lo largo de los tallos florales—, por lo que queda de ella en invierno: pompones leñosos que componen en el jardín una suerte de pentagrama musical con notas a diferentes alturas.
Lo mismo sucede con varios cardos: Dipsacus fullonum, la cardencha, y la Cynara cardundulus, tan habituales en el campo español, y Dipsacus sativum, Eryngium bourgatii y E. yuccifolium; sus cabezas de semillas, con su forma de cepillo circular, alcachofa o esfera de púas, son el ingenioso producto de una estrategia ideada por las especies para favorecer su reproducción, y que conservan su atractivo incluso cuando se han vaciado ya de su simiente.
Ocho meses de belleza
El tiempo seco favorece la persistencia de gramíneas, corolas secas y cabezas de semillas. Llegado el momento, hacia finales de febrero, de cortarlas por la base o eliminar las partes secas, se puede aprovechar para dividir matas y multiplicar los ejemplares, o para descongestionar las áreas demasiado densas de vegetación: muchas de estas especies —Deschampsia, Verbena bonariensis, Eryngium, Lunaria, Dipsacus fullonum— semillan vigorosamente y será necesario controlar la población para evitar invasiones. Pocos trabajos más de mantenimiento exige un jardín de estas características. A cambio ofrece ocho meses de belleza en evolución.
Cómo estructurar estos jardines
Ahora bien: ¿cómo se estructura un jardín así? Una condición necesaria es contar con un espacio soleado, dadas las exigencias generales de estas especies (aunque alguna admite la semisombra). En cuanto a la combinación, la forma más exigente, puesto que implica contar con buenos conocimientos jardineros, consiste en mezclarlas en busca de una escena de aspecto naturalista, capaz incluso de fundirse con un entorno silvestre.
La más sencilla, y con menor riesgo de error, es elegir solo dos o tres que combinen bien entre sí, ya sea por colores, formas, texturas y altura, o todo al mismo tiempo, y plantarlas por zonas, sin mezclarlas, en dúos. Por ejemplo: una esbelta gramínea de plumas bonitas, como Calamagrostis brachytricha o Miscanthus sinensis ‘Ferne Osten’, y un sédum, áster o milenrama de un único tono de flor. Como planta de acento se puede escoger otra gramínea, esta vez un Chasmanthium latifolium, o una herbácea perenne como el cardo azul, Eryngium bourgatii, de gran efecto por sus capítulos en forma de esfera y tallos azulados.
En suelos ácidos se puede combinar alguna Molinia arundinacea o Molinia caerulea —muchas de cuyas variedades tienen un bonito otoño— con brezos de invierno (Erica carnea), algunos de cuyos cultivares producen espigas florales de varios tonos, blancas e incluso amarillas, durante la temporada más fría del año.
Los formatos pequeños
Adaptar esta fórmula de gramíneas + vivaces de bello invierno a los jardines pequeños y terrazas es posible si son espacios soleados y se escogen las variedades adecuadas. Existe, por ejemplo, un cultivar de Miscanthus sinensis , el ‘Little Kitten’, que no supera los 60 centímetros de altura, al igual que la Stipa tenuissima. Entre los sédums, el ‘Bertram Anderson’, de hojas muy oscuras y flores magenta, alcanza solo 15 centímetros y se comporta como un excelente cubresuelos, lo mismo que el Sedum album (ideal para zonas costeras) y el Sedum spurium, ambos muy rústicos. Otro truco es usar las especies más altas como ejemplares aislados.