Jardín de La Orotava: un tesoro de joyas tropicales
Producto de la Ilustración, nacido en pleno esplendor del Imperio español, el Jardín de Aclimatación de La Orotava, en Tenerife, lleva más de dos siglos encandilando a botánicos, naturalistas y viajeros con sus especies llegadas de todos los continentes. Una pequeña selva tropical domesticada, con imponentes joyas arbóreas para admirar con calma.
El extraordinario pie del gran Ficus macrophylla, un endemismo de la isla de Lord Howe, en el Pacífico sur, que atesora el jardín de La Orotava. Este ejemplar pertenece a la subespecie columnaris.La actual imagen de las Canarias como destino turístico de sol y playa oculta un pasado plagado de exploradores, piratas, emprendedores y en general de viajeros de toda índole, que encontraban en las islas —escala habitual en las rutas a América— el doble exotismo de una naturaleza subtropical e insular. Esa faceta menos conocida del archipiélago asoma no solo en los relatos sobre naturalistas ilustres —Malaspina, Humboldt o el propio Darwin, a quien una cuarentena impuesta al Beagle por cólera impidió pisar las islas—. También el Jardín de Aclimatación de La Orotava, en Tenerife, guarda las huellas y el sabor de un periodo de aventura y ansia de conocimiento.
Un ‘reino’ de dos hectáreas
Una vez dentro dentro, ya admirado el ciprés calvo con musgo español colgante que parece dar la bienvenida, se advierte que los altos muros son frontera de un pequeño reino —no más de dos hectáreas— de planta rectangular, surcado por paseos rectilíneos y con varios estanques. Y se ve enseguida que los habitantes no son, como se podría pensar, plantas representativas de la flora canaria. O no lo son de forma mayoritaria. Es en cambio la flora tropical y subtropical de otros continentes —de todos los continentes— la que domina, y la razón hay que buscarla en el origen mismo del jardín. Estamos a finales del siglo XVIII, cuando las colonias españolas se repartían por todo el mundo, y también en plena Ilustración.
Según se recoge en la orden que establece la creación del jardín, la Corona —Carlos III— quiere “contar con un lugar donde poder sembrar las plantas de mayor interés existentes en las colonias de Filipinas y América, tratando de conseguir su aclimatación a condiciones más frías que permitieran su posterior traslado a Madrid y los Jardines Reales de Aranjuez”. Es decir, como su propio nombre sugiere el Jardín fue concebido como estación de paso para especies destinadas a ser introducidas en Europa. Ese mismo año 1788 llegó la primera remesa de semillas exóticas, que, sembradas en diversos lugares de la isla bajo la supervisión del primer director del museo —Alonso de Nava y Grimón, VI marqués de Villanueva del Prado —, ayudaron a determinar la zona con mejor clima para el jardín. Las plantaciones en el punto elegido comenzaron en 1792.
El bello producto de un fracaso
Sin embargo no funcionó: las especies tropicales persistían en no adaptarse a la dura meseta castellana, así que el jardín fue un fracaso desde ese punto de vista. Solo desde ese. Lo cierto es que lleva casi desde su creación recibiendo elogios de naturalistas, admiradores del mundo vegetal y simples visitantes desprevenidos, a quienes pilla por sorpresa su riqueza.
El jardín, además de atraer a unos 400.000 visitantes anuales de media en los últimos años, es una institución científica dependiente del Instituto Canario de Investigaciones Agrarias (ICIA). Por eso tiene recursos a los que no accede el visitante ocasional, como un herbario dedicado a la flora canaria —esta vez sí— con más de 40.000 pliegos. El herbario es, explica Santos, una valiosísima fuente de información para los investigadores de la peculiar y aún llena de preguntas biología de la Macaronesia, la región que comprende los archipiélagos de las Azores, Canarias, Cabo Verde, Madeira e Islas Salvajes. Además el jardín intercambia germoplasma con otras instituciones a escala internacional, y desarrolla programas de investigación sobre flora y vegetación de Canarias y conservación de endemismos.
Para acabar la visita, nada mejor que abrir los sentidos y sentarse en el estanque al fondo del jardín a contemplar los magníficos lagartos canarios Gallotia, las libélulas y las hormigas, los peces de colores y las tortugas acuáticas. Si reina la calma habitual esos serán, muy probablemente, los únicos elementos móviles de la escena. Extramuros, el ruido de los coches suena lejano.
JOYAS BOTÁNICAS QUE VEN PASAR LOS SIGLOS
Hoy en día el Jardín de Aclimatación de la Orotava mantiene sus valiosas colecciones de plantas tropicales y subtropicales, entre ellas más de 150 especies de palmeras, numerosas bromeliáceas —la piña tropical, entre ellas, además de las Aechmea tan populares como plantas de interior—, aráceas y moráceas. Entre los miembros de esta última familia destaca por su llamativo fruto el árbol del pan (Artocarpus altilis), pero sobre todo hay que admirar la imponente higuera Ficus macrophylla subespecie columnaris, endémica de la isla australiana de Lord Howe, reina absoluta del jardín, con abundantes raíces aéreas bajo las que han jugado generaciones de lugareños —ahora ya no se permite al público acercarse al pie del árbol—.
No faltan los helechos, entre otros la Dicksonia antarctica, de tipo arbóreo y muy lento crecimiento, y tantas especies que crecen tan a gusto sobre las paredes de roca volcánica. También hay muchas especies de interés económico: alcanfor, palmera de aceite y del marfil, árbol del caucho, frutales como el mango, el aguacate, la papaya...
De todas ellas, ¿cuáles son tan antiguas como el jardín? Como explica Arnoldo Santos, “la falta de registros históricos completos impide saber con exactitud la edad y procedencia de los ejemplares más antiguos”, pero sí se sabe de varias especies que superan los 150 años, como el mamey de Santo Domingo (Mammea americana), algunas araucarias —plantas originarias del Hemisferio Sur, desde Chile a Nueva Caledonia— y un vetusto y solitario pino canario (Pinus canariensis).
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