Jardín Hyakudanen: Armonía de las flores y el hormigón
Cuando un arquitecto venera la Naturaleza y, además, como buen japonés lleva ese respeto escrito en el ADN de su cultura, también es paisajista. Tadao Ando lo demuestra en las terrazas ajardinadas de Hyakudanen, en la bahía de Osaka, donde el más duro elemento constructivo convive en sintonía con el color de las flores.
Parterres cuadrados llenos de flores, enmarcados en cajas de hormigón y flanqueados por escaleras. Como el grabado de un laberinto de Escher, pero con el sello de Tadao Ando.Hyakudanen es la estrella paisajística de una meca arquitectónica para amantes de ambas disciplinas, de su combinación: el megaproyecto Awaji Yumebutai (el Escenario de los Sueños), que despliega un hotel, un centro de convenciones, restaurantes, el invernadero-botánico más grande de Japón, un anfiteatro al aire libre, paseos, juegos de agua, jardines interiores y exteriores… y símbolos.
Cinco años después, Awaji Yumebutai se inaugura en la ladera antes cubierta de socavones deforestados. Sutura la herida con edificios en su personal estilo: rotundos volúmenes de hormigón blanquecino (las líneas del encofrado sin disimular para imprimir textura y ritmo) en grandes superficies que reflejan toda la luz solar posible. A una escala sin precedentes, Ando integra el jardín como contrapunto colorista del cemento. Un paisaje artificial enmarcado por el natural y el canal de comunicación arquitectónico entre ambos.
Un ajedrez de cien terrazas
Ando diseña en ajedrez cien terrazas que descienden en pendiente hacia la línea costera. Todas cuadradas y de idénticas dimensiones —4,5 metros de lado—, son las contundentes plataformas para los macizos vegetales, también cuadrados, y a su vez divididos en cuatro parterres. El autor busca la repetición exacta de las formas en todas las terrazas, pero corona cada una de ellas con una propuesta floral única. Todo igual pero a la vez todo distinto.
Colecciones de margaritas
La familia floral predominante, escogida por su gran variedad cromática y sus inflorescencias en capítulo, es la de las asteráceas o compuestas, sobre todo crisantemos, pero también margaritas, entre las que imperan los amarillos y anaranjados intensos. Distintas especies de Argyranthemum, Leucanthemum, Calendula, Euryops, Aster, Coreopsis, Arctotis, Rudbeckia, Ajania... aseguran flores a lo largo de todo el año. En los niveles inferiores, las asiáticas y africanas; en los intermedios, las americanas, y en las cotas altas, las europeas.
Se dice que las flores representan a las víctimas del seísmo, su pervivencia en la memoria del jardín. En ocasiones, los niños de la zona, educados en la creencia de que toda vida vegetal encierra un espíritu, decoran los parterres con molinillos cuyas aspas parecen pétalos en movimiento. El jardín es un tributo al contraste. Visto desde lo alto —existe un mirador levantado con ese propósito—, despliega la cuadrícula de hormigón, aunque dominada por la densidad colorista de las plantas. Pero mirando desde el escalón más bajo, con la vegetación casi oculta por la perspectiva, mandan los muros y las líneas diagonales de las escaleras. Así vistos recuerdan esos grabados de Escher donde las escalinatas crean laberintos imposibles. De hecho, lo apodan Maneater, es decir comehombres, porque recorrer sus cien terrazas empinadas exige fondo. Pero su monumentalidad es en otros sentidos accesible en su esencial simplicidad: un mismo tipo de plantas, agrupadas según el color de las flores, puede resultar bellamente minimalista.
VERDE ESPERANZA
Tadao Ando es un espíritu libre, un predestinado. No cursó nunca Arquitectura, es autodidacta formado en viajes por todo el mundo —decidió hacerse arquitecto al ver la luz colarse por el ósculo del Panteón, en Roma—. De hecho, antes fue boxeador profesional y aún sostiene que su oficio es un combate sagrado “del hombre contra el ente del edificio”. Pero siempre tuvo claro que la arquitectura “sirve a la Naturaleza como sirve a la esperanza”. El respeto por el paisaje en su obra es esa teoría hecha práctica: en la Red Verde de Hyogo, que reúne 250.000 árboles de flores blancas plantados en memoria de las víctimas del terremoto de Awaji; en Umi No Mori, la plantación de 500.000 árboles en una isla de la bahía de Tokio, un pulmón verde para la metrópoli más populosa del planeta; en el museo Shiba Ryotaro Memorial, en Osaka, donde logra conectar cuatro jardines íntimos que arropan la antigua casa de un escritor y una nueva estructura de cristal y hormigón en forma de arco; o en el museo Lee Ufan, en Naoshima, donde “la unidad con la Naturaleza y su fusión con el paisaje es el tema principal”, explica.