Inspiración oriental en busca de calma (2ª parte)
Hoy, la intención de los paisajistas es llevar los conceptos de la jardinería japonesa, especialmente, a su propio terreno creativo. Obedeciendo a una aproximación natural al entorno, plasmar sus proyectos con plantas autóctonas, naturalizadas o aclimatadas y respetar la historia del territorio. El resultado es más ecléctico, pero también mucho más interesante.
El sugerente Jardín a la luz plateada de la Luna de Haruko Seki y Makato Saito (Chelsea Flower Show 2008) buscaba poner en valor la jardinería japonesa y también las futuras posibilidades del arte contemporáneo.Esta búsqueda de conceptos e inspiración en el Oriente más lejano, y en especial en la extraordinaria riqueza jardinera de Japón, no es nueva. Pero es distinta. La definitiva apertura de Japón al mundo a mediados del siglo XIX disparó la fascinación por su cultura y, dentro de ella, por sus jardines. Pagodas, linternas, puertas tori, pero también puentes japoneses (el de Monet en Giverny, sin ir más lejos) comenzaron a verse en los jardines de Occidente.
La mayor parte de las veces, sin embargo, se conseguían unos jardines formalmente japoneses, pero demasiado estereotipados, sin alma. Hoy, la intención de los paisajistas es llevar estos conceptos a su propio terreno creativo, plasmar sus proyectos con plantas autóctonas, naturalizadas o aclimatadas y respetar la historia del territorio. El resultado es más ecléctico, pero también mucho más interesante.
El minimalismo y lo zen
Dentro de las influencias que la jardinería japonesa ha ejercido en los últimos años sobre la occidental destaca especialmente la de los jardines secos o kare sansui, que ha conectado fuertemente con el minimalismo arquitectónico y ha traído consigo toda una oleada de jardines zen, caracterizados por los espacios vacíos, las camas de grava, en algunos casos pequeñas áreas de césped, y escogidos pero escasos detalles —rocas, un árbol solitario, una pantalla de bambú— y, llevado al extremo, incluso las llamadas plazas duras, sin apenas vegetación, como espacios urbanos.
Esos kare sansui, que se remontan al siglo V, se popularizaron durante el período Muromachi (1392-1573), al extenderse el budismo zen en Japón. En los kare sansui, también llamados jardines contemplativos debido a que se empezaron a establecer frente a los cuartos de meditación de los templos budistas, solo se utilizan elementos minerales: arena y grava rastrillada, que representan el agua en forma de ríos u olas del mar rodeando islas o montañas, representadas por las rocas. El más famoso es el de Ryoan-ji, en Kyoto, creado en el siglo XV, que consiste en un mar de grava rastrillada del que surgen 15 rocas dispuestas en tres grupos, en islotes de musgo.
Dentro de la sabiduría zen, el jardín es un instrumento para conseguir una correcta percepción de la realidad sin que el pensamiento actúe como intermediario. Y el concepto de belleza se aleja de la ostentación para manifestarse en la sencillez de las cosas. En un párrafo del Libro del té, Okakura Kakuzo, historiador y célebre crítico del arte japonés de finales del siglo XIX y principios del XX, enunciaba: “El bienestar reside más en la simplicidad que en la complejidad y en lo superfluo; es una geometría moral porque define el sentido de nuestra proporción respecto al Universo”.
INFLUENCIA JAPONESA, ESPECIES NATIVAS
Los jardines japoneses expresan la transformación constante de la Naturaleza y por ello demandan un equilibrio entre las especies que se utilizan. Esa búsqueda de armonía en las plantaciones y con el entorno que enseña la jardinería japonesa implica seleccionar especies nativas o adaptadas al clima y al tipo de suelo del lugar. “En España nos sobran especies autóctonas para incorporar en un jardín japonés”, asegura el paisajista Luis Vallejo, un apasionado de la jardinería japonesa ( ver entrevista ).
“Desde arces oriundos de la Península, grandes deconocidos como el Acer campestre o arce común, y el arce de Montpellier (Acer monspessulanum), al pino negro del Pirineo (Pinus mugo) y el pino albar (Pinus sylvestris)”, señala. “La diversidad botánica en España es tan enorme que hay de todo: lentiscos, jaras, aromáticas, boj, incluso un rododendro de los Pirineos (Rhododendron ferrugineum), que es una belleza”.
En los jardines de este paisajista no faltan especies tan mediterráneas como el olivo, el granado, la encina, la sabina o el haya. Lo cual no quita que también plante delicados arces japoneses (Acer palmatum), aunque, eso sí, en el lugar apropiado, donde esté protegido de los rigores del calor. “Es clave contar con un plan previo, tener un sentido de la proporción y la escala, y dejarse asesorar por los centros de jardinería en la elección de las plantas”, aconseja.
El jardín más japonés que ha construido Vallejo es “por la manera en que está vinculado o integrado en la naturaleza en la que está inmerso”, el de Altarejos, en Extremadura. “Por su reproducción de un curso de agua es, en esencia, un jardín muy japonés aunque el contenido sea totalmente autóctono. Para mí es profundamente oriental”.