Historia (humana) de las hortalizas
¿De dónde vinieron y desde cuándo comemos las hortalizas que hoy llevamos a la mesa? ¿Cuánto le debe la salud humana al humilde ajo, o la decoración de los jardines al tomate azteca? ¿Sabías que las zanahorias de color naranja son un invento holandés relativamente reciente? El huerto de cada país es un capítulo de historia. Hay datos para recrear y, si faltan, imaginar las peripecias de las hortalizas más populares.
Las hortalizas que comemos tienen diversos orígenes e historias, muchas veces sorprendentes.PATATA:
Un alimento de 7.000 años
Los conquistadores no solo la importaron, también la extendieron por el Nuevo Continente desde los altiplanos del Perú, donde sirve de alimento desde hace 7.000 años. A España llegó temprano: documentos de 1604 certifican su cultivo ornamental en “huertos botánicos” de Galicia y Sevilla. Pero nadie, salvo los marinos en los viajes, le hincaba el diente. Tanto franceses como alemanes reclaman la primicia de incluirla en la dieta, a causa de guerras y hambrunas, pero esa innovación parece corresponder a Irlanda en los albores del siglo XVII.
TOMATE: Bueno para “las salsas”
Épica entre el dato y el mito. Bernal Díaz del Castillo lo menciona entre los manjares ofrecidos por Moctezuma a Cortés, y su nombre apenas ha cambiado desde el tomatl azteca. Varios textos del siglo XVI describen su aclimatación en jardines de Andalucía y su bondad para “las salsas” (ensaladas). Aparece en cada vez más tratados gastronómicos en su avance desde lo exclusivo a lo popular, ya con los Borbones. En Inglaterra, durante el reinado de los Tudor, se lo consideraba no solo sin valor nutricional sino incluso tóxico.
PIMIENTO: Fuego para las regias lenguas
Colón carga en las bodegas algunos ajíes y los denomina pimientos por considerarlos una variedad de la pimienta. La planta seguro le reafirmó en su creencia de hallarse en una sucursal de las islas especieras. Primeros catadores en la Península: los Reyes Católicos. López de Gómara atestigua cómo ese chile “quemó su lengua”. Su inmediato uso como condimento barato, independiente de turcos y genoveses, impulsó su cultivo y cruzamientos hasta llegar a las múltiples variedades actuales.
CEBOLLA: En la cuna del hambre
Se conserva bien, es fácil de transportar, y versátil en climas y suelos varios. Por eso su cultivo es inmemorial, al menos desde hace 5.000 años en China e India. Los vedas glosan sus cualidades medicinales, casi idénticas a las que hoy certifica la ciencia. Aparecen cebollas alargadas y verdes en los jeroglíficos, tanto en mesas faraónicas como obreras. Los israelitas la añoran en el Éxodo y entre los romanos sostiene legiones. En la Edad Media, y mucho más cerca, siquiera alivió las hambrunas.
AJO: “Olor a villanía”, dijo Don Quijote
El ajo es una planta civilizada, antiquísima, probablemente oriunda de Asia Central, e ingrediente vital en toda la cuenca mediterránea desde egipcios y griegos. El origen de su nombre, allium, parece sin embargo un término céltico (ardiente). Su uso antiséptico es atávico, lo consumían los obreros de las pirámides y casi todos los ejércitos incluso en la Segunda Guerra Mundial. Mencionado por el Talmud, la Biblia… y Cervantes: “Sancho, no comas ajos porque no saquen por el olor tu villanía”.
ZANAHORIA: ¿Un color ‘made in’ Holanda?
Mucho más que un alimento. Se cree que su cultivo data de tres milenios atrás, entre Afganistán y Mesopotamia, con variedades naturales de colores que iban desde el rojo al blanco o el amarillo; de hecho se usó como tinte para la mantequilla y la decoración en tocados y sombreros. Pero además, en el siglo XVII, los jardineros holandeses experimentaron cruces para conseguir variedades con raíces de tono naranja como tributo a la Casa de Orange, aunque al parecer ya existían de ese color. Primera mención en España: nada menos que en el siglo XII.
LECHUGA: De los sopores milenarios
Tan extendida y variada que no se conoce a ciencia cierta su cuna. ¿India, Persia? Los egipcios la consumían hace cuatro milenios. Ya Hipócrates mencionaba sus propiedades soporíferas y los romanos la tomaban de noche para facilitar el sueño hasta en las islas Británicas, de ahí la popular lechuga romana. Esta popular verdura quedó bajo sospecha durante el supersticioso Medioevo, pero regresó, nunca mejor dicho, con el Renacimiento. Cristóbal Colón, embajador botánico, en su segundo viaje la plantó en América.